Consulta de la Comisión Misionera de la Alianza Evangélica Mundial, 2014

Mayo 2014

A nuestros hermanos y hermanas en Cristo,

Gracia y Paz.

Nosotros, la Comisión de la Misión de la AEM, nos hemos encontrado durante cinco días en el nombre del Señor Jesucristo, en el contexto de la carta del apóstol Juan a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3.

Este contexto ha representado un recordatorio profundo de los 2000 años de historia a los cuales estamos ligados, de las luchas para asegurar que el testimonio apostólico sea transmitido fielmente, y de la realidad de que recibimos hoy ese testimonio porque hubieron hombres y mujeres dispuestos a entregar sus vidas antes que renunciar al evangelio. Ha significado para nosotros un vívido recordatorio que, desde el comienzo de la iglesia, declarar que Jesucristo es Señor y el único a quién adorar ha sido costoso, a veces hasta el punto del martirio.

En nuestro estudio de la palabra de Dios, en lo que hemos aprendido y en nuestras conversaciones, hemos reflexionado acerca de la iglesia y la misión de Dios, tanto antes como ahora, y hemos procurado escuchar la voz del Espíritu Santo. Hemos sido confortados al reconocer que constantemente debemos recordar lo que significa ser hijos de Dios, y recordar su gracia. Hemos visto que podemos apartarnos del amor de Dios y ser absorbidos por el activismo para Dios. Dios nos llama al arrepentimiento profundo y con lágrimas. Nos llama a renovar constantemente nuestro amor por Él. Nos llama a perseverar, cual discípulos, enamorados de Jesús.

La antigua declaración del Credo que describe a la iglesia como “una, santa, católica (universal, general) y apostólica” nos habla poderosamente hoy en día. Llamamos a la familia evangélica a arrepentirse de la competitividad, la duplicación y la fragmentación, y –por contra– a luchar por aquello que el Señor declara como fundamental para la credibilidad del evangelio: la unidad en el compañerismo, el testimonio y la vida. Nos comprometemos, y llamamos a la iglesia, a demostrar el poder de Dios que transforma a las personas a la semejanza de Cristo, a ser discípulos apasionados de todo corazón, y a la simplicidad que anima a la santidad de mente y de vida. Reconocemos que la autoridad de Cristo se extiende al mundo entero, a cada nación, a toda la creación, y que la plenitud de Cristo se hace visible en la iglesia global en su totalidad. Nos comprometemos de nuevo con un evangelio fiel a las enseñanzas de la palabra de Dios, según nos legó el Señor y nos enseñaron los apóstoles, es decir, la fe una vez dada a los santos. Nos comprometemos con la práctica apostólica, reconociendo la importancia de la enseñanza, la oración, el compañerismo, el partimiento del pan, el testimonio y la proclamación.

Hemos oído del dolor de algunos que sufren por Cristo en muchas partes del mundo. Reconocemos los traumas causados por la persecución, y que aquellos que sufren son nuestros hermanos y hermanas. Su dolor fue compartido por todos los que estábamos congregados aquí, y debe ser sentido por todos nosotros más ampliamente como un sólo cuerpo. Nos emplazamos a orar insistentemente por ellos, y a contar sus historias con persistencia en todas nuestras iglesias. Con seriedad, reconocemos que, conforme a las enseñanzas del Señor Jesús, la promesa del reino así como la presencia de la gloria de Cristo, es para aquellos que sufren por causa de Él. Oramos que puedan experimentar que “el Señor sabe”. Queremos tomar la iniciativa en la defensa de aquellas personas privadas del derecho a la libertad de religión.

Nos hemos enfrentado de nuevo al desafío de los no-alcanzados, los alejados de la iglesia y aquellos sin iglesia, y nos comprometemos de nuevo a sembrar la semilla del evangelio para que Dios levante nuevas iglesias. Además de las apremiantes necesidades del mundo no evangelizado que deben ser atendidas en forma urgente y persistente, reconocemos con tristeza que muchas zonas del mundo, especialmente el Occidente, necesitan que sus iglesias sean renovadas por el Espíritu, y que nuevas iglesias sean establecidas. Reconocemos que el Señor está levantando muchas nuevas iniciativas, y que en algunos lugares la iglesia crece rápidamente, por lo cual alabamos a Dios. Oramos que también crezca en discipulado profundo y fiel.

Dios nos llama a ser su pueblo peregrino, según hemos reflexionado. Este hecho nos llama a no aferrarnos a los bienes materiales ni a aquellas cosas de las que dependemos para nuestro sentido de identidad: casa, país, trabajo. Por el contrario, somos llamados a encontrar nuestra más profunda y verdadera identidad en Cristo y en la familia del pueblo de Dios. Oramos que el Señor nos ayude a seguirle, a su ritmo, como los peregrinos antiguos; que nuestros corazones se enfoquen por la fe en el destino celeste final. Y pedimos en oración el discernimiento para reconocer lo que Dios está haciendo en nuestros días, y que en gozosa obediencia encontremos nuestro lugar para ser las manos, los pies, la boca y la ayuda visual de Dios en este mundo.

Que reflexionemos y actuemos conforme a estas cosas para la gloria de Dios.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.